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Piropos, pijazos y tarjetas de crédito

La verdad, todo este escandalete sobre el pijazo de Terranova me chupa un huevo. O debería chuparme un huevo como me chupa un huevo todo lo que sucede en el mundillo de la cultura hegemónica. Pero entre que soy una vieja chismosa y que ya venía intrigado por la revista El Guardián (a la que yo recordaba como la versión fashion de Cabildo y me estaban desconcertando sus tapas actuales, ya que no correspondían al mensaje fachomenemista que le recordaba de su anterior encarnación), fui a ver de qué se trataba el affaire.
Y, digámoslo antes de que alguien se confunda: yo en mi puta vida dije un piropo y, sinceramente, me parecen una pelotudez. ¿Qué sentido tiene decirle algo a una mina desconocida que pasa, que probablemente no veas más y que seguramente va a pensar que sos un pelotudo atómico? Bah, sí, tiene el sentido masturbatorio del ego, especialmente si el piropeador está rodeado de imbéciles como él, que le van a festejar chimpancemente la osadía del ringraje erótico que acaba de cometer.
También, previendo confundidos bienpensantes, aviso que si bien no me considero feminista (justamente, por lo "ista", que al fin y al cabo lo que produce es una inversión del signo de la mierda que denuncian) soy un fervoroso defensor de la igualdad de varones y mujeres, soy alguien que se pasa por el quinto forro del culo los roles tradicionales de los géneros y me llevo mucho mejor con las minas que con los tipos (al punto que muchas veces cumplí el rol del "amigo gay que toda mujer debe tener", sólo que en versión heterosexual).
Dicho todo esto, tengo que decir que me parecen desmedidas las reacciones en contra de lo que escribió Terranova. Que sí, es cierto, no es del mejor gusto y etc., pero, vamos, lo que hizo es simplemente una figura retórica irónica para reforzar, por el absurdo, un argumento previo de la nota que, lamentablemente por todo el escandalete, se perdió de vista:

es difícil ver un aporte genuino en el proyecto importado de Inti Maria. La pelea por el aborto libre y gratuito, la asistencia psicológica y judicial a mujeres golpeadas, la lucha contra la trata de personas, se me antojan temas más urgentes y menos abstractos a la hora de plantear una militancia de género. Por otra parte, luchar contra el acoso callejero por medio de blogs suena tan eficiente como intentar frenar un colectivo mandando un mail o a protegerse de la lluvia vía twitter.

Esto es lo importante de la nota, no el pijazo, ya que plantea lo endeble de la propuesta de Hollaback y que funcionará en la histeria puritana yanqui en la que cualquier interacción entre extraños es considerada una perversión sexual, un atropello a la intimidad o un crimen de lesa humanidad. O sea, de acuerdo, un comentario grosero al pasar es realmente molesto, insultante, degradante, etc., y como tal debe ser condenado. Eso no se discute.
Lo que se discute es, para empezar y creo yo, el uso de la denominación. Porque "piropo" e "insulto" no son sinónimos ni pertenecen a la misma categoría lingüística, como pareciera que cree la activista de Hollaback (al menos eso es lo que se lee en la nota que dio origen a todo este escandalete mediático). Después, creo yo, se discute donde se traza la línea entre lo justificado y lo histérico. Digo, que a una mina le griten "Quisiera meterte una naranja en la concha y garcharte hasta que te salga Crush por la boca" es claramente una grosería y un insulto, pero que le digan "Estás para comerte, mamita" entra en una zona gris, aparte de su inocuidad. Porque, vamos, son los dichos de un pelotudo que arrugaría si la mina se da vuelta y le responde, ya sea siguiéndole la invitación o retrucándole con una frase ingeniosa que lo haga quedar como lo que es, un cobarde que se va de boca.
Claro, plantarse frente al tarado implicaría valentía, ingenio y bancarse las consecuencias y, obviamente, eso no lo tiene cualquiera, o si lo tiene, probablemente piense si vale la pena, total, es un imbécil que si te he visto no me acuerdo.
Y por las dudas alguien piense que esto lo digo desde la comodidad de ser varón, les cuento que cierta vez durante mi adolescencia un tipo me siguió por toda Plaza de Mayo y un par de cuadras más tratando de levantarme. No fue una experiencia agradable, especialmente porque yo era -y sigo siéndolo- un alfeñique y el tipo era un urso camionero, así que entiendo perfectamente de lo que quieren defenderse las activistas de Hollaback, pero, bue, pese al miedo y al asco que me producía yo seguí en la mía al principio y mandándolo a la mierda al final, al punto de llamar la atención de la gente de los alrededores, lo que produjo que el chabón huyera.
O sea, sí, no es fácil plantarse ante un agresor más poderoso que uno pero, bue, es a eso a lo que hay que animarse, no a postear fotitos en Facebook de presuntos agresores. Eso es activismo cobarde y buchón.
O sea, los motivos pueden ser válidos pero la forma de actuar es, digamos, dudosa (y riesgosa, porque aparentemente nada impediría que una mina despechada acuse de acosador a un ex novio o que, incluso, uno salga escrachado al voleo porque sí, porque todos los hombres son unos cerdos machistas y se lo merecen). Qué sé yo, me recuerda al mapa del crimen de De Narvaez.
Y pongamos que el argumento de Terranova que destaqué peque de inmovilismo maximalista, porque. sí, un poco peca, de todos modos hay, a mi criterio, muchas otras pequeñas causas más concretas a las que atacar que las groserías de machistas tarados.
Por ejemplo, un comercial de Lan que hasta hace poco estaba al aire (y que me hubiera gustado encontrar en YouTube pero no está o no lo vi). Está la mina con la laptop comprando pasajes en internet mientras el tipo la mira con cara de opa. Ella pone los datos y cuando llega el momento de poner el número de tarjeta de crédito él se niega a darlo. "Pero si es Lan, es re-seguro", dice ella y él le retruca "En Lan confío, es a vos a quien tengo miedo de darle mi número de tarjeta". Y la mina, sumisa, deja que el tarado le de vuelta la laptop y siga él con el trámite.
Esto es una violencia de género mucho más grande que cualquier insulto callejero o cualquier proposición de pijazo en una revista semanal. Y, sin embargo, hasta donde yo sé, ha quedado impune, como tantas otras publicidades en las que se plantea la misma premisa machista de "a mi mujer no le doy el número de tarjeta de crédito porque me la revienta toda".

Qué sé yo. Ni sé para qué me meto en un escandalete que, insisto, me chupa un huevo. Tal vez sólo para atraer visitas a este blog, ahora que me dejaron de llegar SPAMs de Pentarte.
O tal vez sea que, aunque el escandalete me chupa un huevo, los temas que subyacen me interesan.

Vaya uno a saber.

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