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Shhh!

Sobre la costa de San Bernardo, justo justo sobre la línea de la marea, pasan volando rasantes unos aviones Mirage, a escasos tres metros del suelo, se lo ve al piloto y todo. Mi viejo dice que vienen de una base aérea en Punta Indio.

Recuerdo uno volando tan bajo que casi me atropella. Por suerte lo esquivé.

Pero nadie me cree cuando cuento esto, me dicen que soy un exagerado, siempre igual vos.

Y a veces les doy la razón, acepto que todo fue producto de mi febril mente infantil. Otras veces no, yo estaba allí y sé que el avión se me venía encima, era un avión militar y de los militares uno puede esperar todo, incluso que se lleven puestos a las personas que boludean en la playa.

 

López Rega había puesto sobre un pedestal en Palermo Chico el cilindro cuneiforme de Ciro el Grande. También estaba estudiando una misteriosa estrella que había aparecido en el cielo y en algún lado de Figueroa Alcorta estaban construyendo el Altar de la Patria (en la tele una placa con los perfiles de San Martín y Rosas nos informaba de la importancia y la magnitud de esta obra de Unidad Nacional y Popular).

Quiero ir a ver el cilindro cuneiforme y mi vieja accede a llevarme. Yo en esa época era mucho más ocultista que ahora (pero no tan místico) y sentía un desmedido interés por todas las cosas antiguas y misteriosas, por las civilizaciones perdidas, por los visitantes extraterrestres del pasado. Pero el cilindro no es más que eso, un cilindro de arcilla en una vitrina de acrílico sobre un pedestal en una calle de uno de los barrios más oligárquicos de Buenos Aires, no mete miedo ni transmite ningún aura poderosa, no me hace sentir la vibración epifánica de lo Revelado.

 

Circular en auto por la Capital es muy complicado. A cada rato el tránsito es cortado por caravanas de motos policiales escoltando autos negros con vidrios espejados. Mis viejos sienten miedo y yo no sé por qué. Por las dudas me solidarizo y siento miedo también.

 

El Obelisco tiene un enorme cinturón giratorio que dice "El silencio es salud. No toque bocina."

La historia se encargará después de darle un segundo y más macabro sentido. Por ahora es sólo un gigantesco anillo que gira y maravilla nuestra pueblerina mirada infantil, que se fascina con cualquier cosa, hasta con los barcos hundidos y oxidados del Riachuelo.

 

Isabelita anda en triciclo por Chapadmalal. Las personas usan la moda más ridícula de lo que va del siglo. Todo el universo es de acrílico naranja y huele a marihuana. Todos los meses mi viejo compra la revista Crisis y me la deja leer. Allí leo a muchos autores que después, cuando me convierta en un ser humano, me serán de suma utilidad a la hora de influenciarme. Los aviones siguen pasando. Se entrenan para atacar la Casa de Gobierno. Uno de los pilotos me saluda.

 

No tengo que patear ningún paquete que encuentre en la calle. No tengo que subir al auto de ningún desconocido. No tengo que agarrar nada que esté en las veredas.

 

Al coronel que vive al lado de casa le ponen una bomba que estalla a la madrugada. ¡Genial! ¡Cuando se los cuente a los chicos del colegio...!

Sin embargo no me dan bola.

Tampoco les interesa la vez que encuentro una granada sin explotar tirada en el jardín de casa. Yo no sabía que era una granada. La culpa la tiene la tele, que las hace con forma de piña. Esto parecía más un matafuegos enano o la pieza de algún motor. Juego un rato con ella, muevo un rato la manija que tenía y después la tiro a la iglesia abandonada de al lado de casa y me olvido de ella. Días más tarde hay revuelo de milicos y canas en la casa del coronel, buscan algo por el piso. Al parecer quisieron poner otra bomba. La mujer del coronel mira toda la búsqueda y tiene unos pedacitos de plástico amarillo en las manos. Comento: "El otro día encontré en el jardín una cosa que tenía una etiqueta de un plástico parecido". Vamos al potrero de la iglesia y la encontramos entre los yuyos. "Eso es una granada" dice la mujer del coronel. "¡Qué peligro!" dice mi mamá.

 

En la tele dan "Kung Fu". Es un éxito rotundo, todos los chicos estamos enganchados con las aventuras de Kuan Chang Caine. Muchos años más tarde, cuando repiten por enésima vez la serie, identifico que en varios momentos citan textualmente al Tao Te King, pero en ese momento no lo sabía y, aún habiéndolo sabido, no me hubiera importado. Lo único que me interesaba eran las piñas y las patadas.

Sale una revista sobre la serie y la compramos. Hay una fotonovela en la que vemos como, gracias al haber estudiado artes marciales, un chico de nuestra edad evita ser secuestrado por unos señores bigotudos y anteojos espejados que salen de un Falcon. La fotonovela era en blanco y negro, pero el auto era seguramente verde.

 

Hay custodia permanente en la casa del coronel. A uno de los guardias creo que después lo mataron de un balazo en el ojo. Y creo que también se acostaba con la madre de Guillermo. Algo así.

 

La vía es uno de los lugares más maravillosos de mi universo. No sería yo quién soy si no hubiera vivido casi 20 años en una calle cortada por los rieles de un ramal del Roca. Una vez con los chicos nos colgábamos de la cadena de la señal y vino un policía a perseguirnos. Otra vez le hacíamos cortes de manga al rápido a Bariloche y el tren se detuvo y un tipo se bajó y empezó a corrernos. Y otra vez apareció entre las cañas que bordeaban las vias el borracho Vivaperóncarajo con los pantalones bajos y nos corrió a los gritos. Corríamos mucho en aquella época. También poníamos monedas y los cascos de bala que encontrábamos entre los yuyos. Siempre había casquitos de bala entre los yuyos de al lado de la vía. Seguramente los tipos de la custodia del coronel se entretenían matando ratas a la noche. Lo raro es que sólo encontrabamos casquitos de bala y nunca ratas muertas. A lo mejor se las comían.

 

Jugando entre los yuyales cercanos a la vía que corta Uriburu Ramiro y yo encontramos pedacitos de panfletos subversivos. Están mimeografiados en violeta y ahora creo que eran del ERP. Se los llevamos al coronel. Nos da las gracias.

 

En la tele una nena canta una carta navideña a su hermanito colimba que está combatiendo en Tucumán. Las transmisiones en cadena con discursos de Isabelita no me dejan ver tranquilo El Show de Carlitos Balá ni las películas de Abott y Costello que dan los domingos a la noche. Parece que se viene nomás.

 

Apenas empiezan las clases y ya tenemos un feriado. Hay una sensación de alivio. La gente sale feliz a saludar a las tropas que nos han liberado del caos, que van a poner un poco de orden en este quilombo. Sin embargo, algo de lo que se viene se ha de sospechar y yo imagino que a partir de ahora va a haber un soldado apostado debajo de cada ventana, uno por cada casa, tomando nota de todo lo que se dice. Al soldado no se lo ve, por supuesto, ya que está camuflado y se disimula contra la pared.

 

Unos vecinos del pasaje Newbery desaparecen. Para desilusión de la mitología progre nadie dice "Algo habrán hecho". Lo siento.

 

No son tiroteos, son camionetas con los escapes abiertos. No son tiroteos, son camionetas con los escapes abiertos. No son tiroteos, son camionetas con los escapes abiertos. No son tiroteos, son camionetas con los escapes abiertos. No son tiroteos, son camionetas. Son camionetas, sólo son camionetas.

 

Deja de salir la Crisis. Deja de salir La Opinión. Deja de salir Satiricón. ¡Dejan de salir tantas cosas!

 

Mi viejo comienza a pintar gente con la cara tapada por sábanas. Ahora, a la distancia, la gente le encuentra un significado que él no quería darles voluntariamente. ¡Ah, el inconsciente! ¡Se hace el gil y el surrealista pero presta más atención que la consciencia!

 

Viajamos a Europa. En España vemos un póster con simbolitos del Mundial como postes de un alambrado de púas de un campo de concentración. Una amiga de mi mamá que vive en París pregunta qué pasa en el país ahora que están los militares. No entendemos por qué tanto interés. Bah, quizás mis viejos sí. Yo estoy demasiado ocupado descubriendo a Asterix como para darles pelota.

 

Volvemos. Todo sigue igual.

Comentarios

  1. Yo era muy chico entonces, pero tengo un recuerdo del '82, de Las Malvinas. Es muy estremecedor recordar la inocencia de uno en una época plagada de maldad.
    Mi viejo miraba la tele, esa plaza repleta de gente festejando. Yo cantaba la canción que pasaban y que ya no recuerdo. Entonces mi viejo me dió un cachetazo y me puse a llorar. Él me abrazó y me arrulló, calmándome. Recuerdo que mi vieja también lloraba.
    -Martín -me dijo-, nunca en tu vida les creas a esos hijos de puta.
    Y nunca más les creí.
    Cordialmente,
    Yo.

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