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El fanclub de la muerte

Voy por la calle, me encuentro unos cartelitos de un tal Frente Peronista de Capital Federal "en defensa de nuestra identidad, ideología y doctrina" y probablemente en conmemoración de algún aniversario de Evita (¿nacimiento? ¿muerte? ¿desfloración?) ya que tiene la caripela de la mina bien grande y en colores.

Lo que los de este Frente dicen no es interesante, las pavadas usuales sobre la resistencia y que han soportado durante muchos años "asesinatos, prepotencia, insidia, calumnia, difamación y traición, de los enemigos de afuera y de sus cipayos nativos que aún intentan destruir al peronismo", cháchara hueca para sostener el mito paranoico de que la culpa es de los Otros y no de Nosotros, que somos la Alma Pura del Pueblo Mismito.

Lo que sí me llamó la atención es una cita, supuestamente de Evita, en la que se declara Fanáticamente Peronista:


"El fanatismo que convierte a la vida en un morir permanente y heroico es el único camino que tiene la vida para vencer a la muerte. Por eso soy fanática. Daría mi vida por Perón y por el pueblo. Porque estoy segura que solamente dándola me ganaré el derecho de vivir con ellos por toda la eternidad. Así, fanáticas quiero que sean las mujeres de mi pueblo. Así, fanáticos quiero que sean los trabajadores y los descamisados. El fanatismo es la única fuerza."


Quizás podría suponer que la cita está sacada de contexto y darle el beneficio de la duda, pero no quiero. Y no porque yo sea fanáticamente antiperonista (que no lo soy), sino porque soy intelectualmente antiboludista, y esta frase es una muestra más de la boludez de la política argentina, que por el sólo hecho de que algo fue dicho por una figura de autoridad es algo digno de repetirse y de ser tomado como palabras de sabiduría.

¿Cómo puede alguien invocar hoy al fanatismo y no sentir vergüenza?

No sé si seré demasiado libertario, escéptico e intelectual, pero me cuesta creer que con todo lo que ha pasado en este país y en el mundo por culpa del fanatismo haya gente que lo reivindique.

Y, ni bien termino de escribir la oración anterior, me doy cuenta de mi ingenuidad, habiendo tanto neonazi suelto, tanto bolche suelto, tanto idiota suelto. No sé de qué me sorprendo, muchísima gente está fervientemente dispuesta a abrazar causas fanáticas, ya sean políticas, religiosas o, incluso, estéticas (por ponerle un nombre a lo que hace que alguien crea en la filosofía trek o en el código moral de los jedis o en la hermandad de los Anillos o en la Psicohistoria asimoviana).

A la gente no le gusta pensar, a la gente le gusta que alguien piense por ellos. Lo que no estaría mal si la cuestión se limitase al entorno de lo propio y lo privado, al fin y al cabo cada uno es libre de hacer con su vida lo que quiere y esto incluye creer en lo que quiere creer y obedecer ciegamente a quien quiera obedecer.

El problema está es que los fanáticos no se conforman con mantener sus creencias para sí, sino que quieren imponérselas a los que no creen en lo que ellos creen.

Si yo fuese una mujer no católica la opinión de la iglesia sobre el aborto no me debería afectar en mis decisiones, y sin embargo lo hace, porque la iglesia es un grupo de poder que presiona y determina las acciones no sólo de sus creyentes sino de sus no creyentes. Es más, uno de sus miembros amenaza con tirar al mar con una rueda de molino al ministro de salud por repartir gratuitamente preservativos en hospitales para evitar el SIDA y los embarazos no deseados y la jerarquía no sólo no castiga las bestialidades de este cura sino que lo defiende y justifica sus dichos fascistas e intolerantes.


Por suerte, la mayoría de los católicos que conozco tamizan con su criterio las opiniones de la Iglesia y sufren (y hasta algunos se avergüenzan) las mentalidades retrógradas de la jerarquía, que empañan lo que verdaderamente importa de una religión con actitudes a contracorriente de la realidad. Pero, claro, yo no entablaría una conversación más profunda que una charla de ascensor con una persona dogmática, así que la estadística me falla y, la verdad, no sé cuántos católicos inteligentes hay y cuántos que creen que los deseos de Su Santidad son órdenes.

De este último grupo varios hay, lo sé, sólo tengo que pensar en las dictaduras militares o en Cosme Beccar Varela y sus muchachos de Tradición, Familia y Propiedad. Me gustaría pensar que sólo son una minoría, pero también me gustaría pensar que en las próximas elecciones voy a votar a gente decente o que finalmente la Academia Sueca va a darme el Nobel.

Y aunque fueran una minoría no es consuelo. Los fundamentalistas musulmanes son una minoría en el Islam y ahí los tenés. Así que me da miedito cada vez que un Papa o un obispo opinan negativamente sobre algo. Porque se empieza criticando a Harry Potter o al Código da Vinci, mañana se la agarran con la evolución, con el helado de frutilla o el cálculo vectorial, y cuando nos queremos dar cuenta están dándole aceite de ricino a los ateos y cosiéndole estrellas de David en la ropa a los judíos. (sí, ya sé, suena exagerado, pero este es un mundo exagerado que, día a día, nos sorprende con su falta de lógica y de mesura).


Mi esperanza es que siga la tendencia de alfabetización y educación crecientes que desde hace unos siglos viene dándole criterio propio a la gente y que en el futuro no existan más las religiones organizadas o los partidos políticos. Sí que existan la Fe y las ideas, pero sin intermediarios, sin dogmas, sin fanatismos.

Mi mente antiutópica me dice que soy un tarado, que va a ser todo lo contrario o peor aún, que la gente no escarmienta y que la escolaridad no garantiza la inteligencia. Lo peor de todo es que no puedo dejar de darle la razón.


Volviendo a lo que motivó esto, me da miedo alguien que cree que "el fanatismo es la única fuerza", alguien que se propone convertir "a la vida en un morir permanente y heroico", como si ya no hubieran suficientes muertes en el mundo, como si la vida no fuera otra cosa que la posibilidad de perderla.

Morirse no es heroico. Morirse es morirse, punto.

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