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¿Para quién canto yo entonces? II

El 7 de abril quizás (me) mentí con eso de que escribo para nadie. O, al menos, tengo otra respuesta que contradice bastante lo que allí afirmaba.
Porque yo imagino un lector activo con el texto, que se fascine y emocione buscando y descifrando todas las claves ocultas, los acertijos y las citas que metí allí.

Quizás el problema es que la pregunta "¿Para quién escribe uno?" está mal formulada y por eso admite más de una respuesta válida.

Esto me pasa por insistir en ir a las reuniones del Living de la Poesía, un ámbito donde las preguntas mal formuladas y las nomenclaturas imprecisas abundan, donde a veces me siento inmerso en un diálogo de sordos (y me hago cargo de mi parte de culpa al respecto).

Ayer anduvimos dando vueltas un buen rato con la cosa de que si es necesario "conocer" al autor para leer un texto. Si bien es algo que no tengo una opinión terminada, yo me inclino por separar a la persona que escribió el texto del texto en sí, no en una operación de objetividad ni nada por el estilo sino porque creo que el texto debe justificarse por sí mismo.
A ver, voy a tratar de ser más claro (que lo logre es otro tema): Me fastidiaría saberme leyendo a alguien porque su vida, su compromiso ideológico, su etcétera me fascinó de tal manera que me obnubile el juicio crítico hacia lo que estoy leyendo. No es que no me haya ocurrido, pero es algo que cada vez trato más de evitar.
O, para ser más claros: Es una cuestión de orden de factores.
Por ejemplo: No me gusta Chumbawamba porque sean anarquistas. Me gusta Chumbawamba por su música y el que sean anarquistas es un plus de valor que los hace más interesantes pero que no modifica sustancialmente la razón por la que los escucho (contraejemplos serían tanto artista "comprometido" con el que quizás podría coincidir ideológicamente pero jamás estéticamente).
Y ejemplifico con la música porque mucha gente tiene la ventaja (o la desventaja, según desde dónde se lo mire) de no entender el idioma en que se está cantando, con lo que la apreciación está libre del obstáculo de "lo que se dice". Uno decide si lo que escucha le gusta o no por razones estéticas y no de mensaje (sí, ya sé, la mayor parte de la gente no decide lo que le gusta musicalmente sino que acepta lo que la industria discográfica le impone, no hace falta que lo digan; permítaseme la licencia de usar un pronombre generalizador para nombrar sólo a la gente que discierne y elije qué música escucha).
Por supuesto, en el caso de la literatura es más difícil porque "lo que se dice" es el núcleo del asunto y no un elemento más. Lamentablemente uno no puede leer haciendo de cuenta de que no entiende el idioma en que está escrito lo que está leyendo, es imposible leer en un idioma que uno no entiende (y no me refiero a los que uno es analfabeto total, como el chino o el árabe, sino a los que uno es analfabeto funcional, como lo son el alemán o el noruego en mi caso). Pero lo que sí se puede hacer es leer el texto como quien mira un espectáculo de títeres, abstrayéndose lo más posible del titiritero, pese a saber que "está allí", moviendo los muñecos. Si después el titiritero me parece una persona interesante, detestable, aburrida o lo que sea es algo que no debería afectar cómo vi el espectáculo de títeres ni (en lo posible) que condicione mi presencia en la próxima función.

O sea: Porque me gustó el texto de X autor me intereso en su persona y descubro más motivos que justifican mi gusto. O no, porque hay mucha gente que me gustan pero que su existencia fuera de ser quien escribió el libro que leo me tiene sin cuidado.

En realidad, lo malo es enamorarse del autor-personaje o pedirle a un artista que cubra el puesto de héroe en nuestros corazones. Eso, en mi opinión, nunca ha dado buenos resultados.

¡Cuántas preguntas absurdas salen cuando se juntan los escritores!

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